jueves, 28 de julio de 2011

A ESOS OJOS CAPACES DE CAMBIAR EL MUNDO

          Hundido en sus ochenta y siete años, de espaldas a la realidad, no encuentra consuelo en palabras aprendidas, no encuentra calor en la compañía de aquellos que fuero a ofrecer su apoyo, entre sus dedos nerviosos parece que perdiera aquella brújula que hasta hoy guío sus pasos, de sus labios apenas un murmullo que se repite como una letanía con lo único que le asusta y le ata a la vida, el miedo "ahora que hago yo".
En disconformidad con la muerte, la vida. La vida que se puede palpar en una mirada, en unos ojos que gritan amor, compasión, curiosidad y a su vez te muestran la sabiduría de aquel que no conoce el miedo a vivir y que le aportan la capacidad de parar el mundo.
Tras un tiempo de  observar esa imagen todavía irreal para ella, sin preguntas, quizás no las necesite, se vuelve, y ahora delante de El, al que apenas cree recordar solo parece tener un objetivo, recobrar su sonrisa, esa que quedó congelada con su partida.
La miro, sin saber muy bien que hacer, no sé si debo interrumpir aquella escena, pero apenas me dio tiempo a decidir.
Ella lo había conseguido, había captado toda su atención y por unos minutos el le sonreía. 
Si ser espectador de esto ya me parecía increíble, la última lección no tardaría en llegar, al momento de despedirnos, sin prisas de una forma pausada, con ese brillo  tan peculiar que le da esa mirada acuosa capaz de transmitir paz, se colgó a su cuello, con sus manos abiertas todavía tan pequeñas, se podía presentir la fuerza que le entregaba, aún en este instante al recordarlo no puedo evitar estremecerme, me atrevería a decir que se paró el tiempo, que todos podíamos escuchar las palabras que no tuvo necesidad de pronunciar.
 Nadie se hubiera atrevido a interrumpir ese abrazo sino ella misma, nunca antes vi tanto amor, tanta compasión, tanto aliento en un gesto.
Cuando me marchaba sentí frustración ante la convicción de que junto con nuestra inocencia perdemos la verdadera capacidad de amar y sobre todo la valentía necesaria para esponer nuestros sentimientos quedando así desnudos ante el mundo.
  Cuanto perdemos al dejar de ser niños

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